lunes, 13 de agosto de 2007

18 (Balas perdidas)

A veces eso es lo que eres,
La palabra que me une a un puñado de tierra.
Sólo a veces, cuando te amo no demasiado.
Pero la mayoría de los días
no eres la palabra sino la tierra,
entonces salgo a caminarte
Hasta el atardecer.

©2007 Rogelio Jarquín. Veinticinco balas perdidas y un revolver de fogueo.

miércoles, 8 de agosto de 2007

GARDEBIA


El correo transporta ansiedad. Más aquí, Alberto, en Gardebia, en este pueblo tan lejos de todas partes, donde las cartas siempre llegan tarde y húmedas, por lo que hay que leerlas rápido, antes de que se pierdan las palabras.

Y qué placer es encontrarme cada miércoles en que paso por mi correspondencia con una carta suya, es como si me visitara sobre el papel, como si lo viera ayudándose de sus manos para hablar y preguntándome de nuevo por qué vivo aquí, en donde no hay más que hombres y catarinas, diciéndome en susurros que se siente culpable por la jaqueca que le ha dado a Montse y que dejará de fumar por algún tiempo para tenerla feliz, que ella se ha enfadado porque usted no hace ni siquiera el esfuerzo por aprender a bailar. Todo esto me lo ha dicho ahora, entre largas pausas y suspiros. Y mi consejo es el mismo de siempre: Venga a Gardebia. Cierto, aquí no hay salones de baile, tampoco mujeres, pero por algo se dice que de aquí han salido los mejores bailarines y tal vez de paso entienda el por qué vivo en Gardebia.
Anímese, compre un billete para Gardebia y salga en el tren de las siete, así llegará a las doce del día, justo en el apogeo del sol. Verá que aquí todo es húmedo y que hay que taparse la nariz para no ahogarse con la brisa. Lo primero que verá será la torre de la iglesia, vaya hasta ahí, se encontrará con un parque; espere sentado un momento, pronto se verá rodeado por varias catarinas que parece que lo miran, obsérvelas y elija la más grande y amarilla, ponga su palma frente a ella, deje que se acerque, que suba hasta su muñeca. Levante su brazo despacio, sin brusquedades. Espere a que la catarina termine la exploración de su brazo y a que llegue otra vez a su palma, que para entonces ya estará sudando. No la mire a los ojos; las catarinas son tímidas y si se les ve a los ojos se sienten desnudas y huyen apenadas. Busque con su otra mano una patita delantera, sin violencia, y ella la recargará en uno de sus dedos. Cierre los ojos y piense sólo en los pequeños tirones que le da la catarina, guíese por ellos para saber por donde llevar los pies. Cante algo, es preferible que lo que cante sea un danzón porque es lo que mejor saben bailar las catarinas. Déjese llevar y pronto sus pies ya no se estorbarán entre sí. Al terminar verá que ya es usted todo un maestro y que está listo para ir con Montse y darle la sorpresa.

No se olvide de dejar en una banca a la catarina, de regalarle una flor y unas palabras de agradecimiento por haberle enseñado a bailar. Es seguro que estará usted tan contento que no pasará a visitarme y querrá irse lo más pronto. Bien, vaya a la estación del tren, le parecerá extraño no encontrar una taquilla, es que en la estación de Gardebia no existen, los billetes se venden dentro de los vagones, esto es porque es muy común que la gente en el último instante decida quedarse. Espere a que el tren esté listo y con la maquinaria funcionando para que pueda subir a tomar su lugar. Y si siente algo en la nuca, como si le dieran pequeños pellizcos, no se asuste; sólo es la catarina que se ha enamorado de usted y no le permitirá irse. Por eso en Gardebia sólo hay hombres y catarinas.


© 2007 Rogelio Chávez.

COMPLEJO EDIPICO


El hombre se acercó a la anciana, con el filo del machete le acarició las piernas. Ella, atada, pedía clemencia con sus ojos hinchados de llanto. Él, tierno, le besó la frente, le habló al oído.
-Quedamos tú y yo, no hay más almas. ¡Pero por favor, no me mires así! debes comprender, Madre, algo tengo que comer.

© 2006 RogelioChávez.

EL IMPRESIONISMO.



En el inútil intento del apóstol Pedro por salvar a Jesús, le cortó una oreja a un soldado romano, quien cayó en tan grande melancolía que dejó el ejercito y se dedicó a pintar girasoles y noches estrelladas.


© 2006 Rogelio Chávez.