martes, 2 de diciembre de 2008

Magda Lloviendo


Lo que trae una mudanza es eso, Que reencuentras libros y libretas donde hay historias que fueron. Este es un cuento de hace diez años, del que no mantengo la mismo voz, pero si guardo un buen recuerdo de esos días en el que el cuento se iba haciendo.


MAGDA LLOVIENDO (MEXICO D.F.1998)


Ahora que soy lluvia cuento la historia que él llora.

Para escribir, se olvidó de su nombre de dentista y adoptó el de Leonardo Mantis, cargó con su fortuna de libros, sellos postales y fotografías antiguas. Abandonó sus calles de bicicletas y naranjos para irse a vivir a un poblado viejo de tierra muerta con hombres grandes y rojos como sus hormigas.

Prendía su pipa y llenaba la cabaña de olor a vainilla, buscaba algunos billetes siempre olvidados en los libros y bajaba a la casa de Susana Romero donde hombres y mujeres se reunían para que el tarot les dijera el futuro. Gitana corpulenta de hermosa voz y ojos de golondrina; Susana Romero había llegado poco antes de que la estación de tren se convirtiera en un cementerio de máquinas y vagones. Decían que venía huyendo del puerto y el porvenir, que la había maldecido su padre al encontrarla en la playa seduciendo a su hermana menor, que empezó a leer el futuro de otros para olvidarse del suyo y que su maldestino era morir vomitando peces sobre las aguas de Gardebia. Al lado de Susana, Leonardo Mantis con su imagen raquítica de santo, compraba el porvenir a quienes habían recibido del tarot predicciones desafortunadas, apuntaba los destinos en una libreta y volvía a su cabaña; se ocupaba de leerlos una y otra vez, de mezclarlos, de jugar al alquimista cambiándolos de orden y los iba olvidando conforme surgía de ellos un libro para escribir.

Le amaneció febrero buscando las primeras líneas para el capítulo siete de su novela sobre un trompetista de nombre Marielio; amante de los corales y de contar el tiempo con arena como todo mortal. Realmente le gustó lo que estaba escribiendo, como iba logrando que su personaje no se pareciera a él; le inventó una geografía con un lago para que remara los jueves pensando en la eternidad, llorándole igual que lo hacen los hombres de este mundo. Cansado de releer lo escrito, decidió dejar reposando a Marielio y salir en busca de porvenires con sacerdotisas, magos o ruedas de la fortuna que sirvieran al capítulo por escribir. Afuera se encontró con el aire de otro lugar, un viento extranjero, suave, con perfume de lirios, que le obligó a recordar el olor de la granada despierto en su barrio de agosto a noviembre. Hundido en las fragancias de su memoria, no se sorprendió al encontrar vacía la casa de Susana. Guiado por el aroma de lirios llegó hasta la entrada del pueblo, ahí estaba la gente rodeando una carpa mirando bailar a un par de mujeres con vestimenta azul.

Los siguientes amaneceres fueron iguales. Los habitantes, aturdidos por la belleza de las bailarinas, se dedicaron a contemplarlas y olvidaron el tarot. Susana, intentando ahogar los peces de su destino, comenzó a dormir con la boca abierta para tragar el nuevo viento. Leonardo, cansado de recontar los aromas de sus recuerdos, terminó por inventárselos mientras fumaba esperando tan sólo un porvenir para su trompetista.

Se sumó al ambiente el nombre de las dos peregrinas suspirado por todos los hombres, quienes aprendieron a soñar en voz alta y a cantar canciones de mar. Exaltados por la divinidad de ambas mujeres, olvidaron en cualquier parte su antigua fe, sacaron y enterraron en los hormigueros a cristos, vírgenes y santos de yeso y cal, transformaron la iglesia en un gran dormitorio y las convencieron de quedarse más tiempo. Los bailes alegres de Magda Triana y las risas de su madre, Aidara Marín no sólo invadieron la que alguna vez fue llamada casa de dios, sino también el miedo de Susana al futuro y la cabaña de cada varón que las escuchó hablar de marea, de barcos, y que dedicó la noche para lamentar el no tener un puerto para ellas.

La tarde en que Magda vio por primera vez a Leonardo Mantis, le sorprendió la palidez de su figura, su diminuta imagen contra los descomunales cuerpos de los demás hombres y la tristeza con que aspiraba el humo del tabaco. Descubrió la ausencia de toda edad en su mirada y la trepidante voz de quien no sabe hablar. A fuerza de cinco días sentado frente a la puerta de Susana Romero, Leonardo se resignó a la idea de que nadie tendría más presagios para venderle y pensó en regresar a su cabaña, pero lo detuvo la tibieza de las manos de Magda. Fascinado por el bello semblante, su raro acento y la facilidad para sonreír; él no volvería a creer necesarios los porvenires sino los diarios encuentros en que los dos conversaban en Esperanto para no ser entendidos, e inventaban constelaciones en un cielo muerto. Él le contó de Marielio y algunas viejas historias aprendidas de tanto leerlas; ella, sobre seis meses viajando rumbo al puerto de Gardebia y de las risas de Aidara Marín. Mujer menuda, de espíritu inquebrantable; Aidara había empezado a burlarse de todos los hombres tiempo atrás, cuando vio cruzar por tierra la corpulencia monumental y la descuidada melena azul del navegante Pablo Triana, traficante de música pagana y conocedor de todas las maravillas del mundo, quiso quedarse con ella para siempre pero fue perseguido y acusado por el Clero de transportar sortilegios en rollos de papel pautado; años más tarde lo canonizaron al verlo desaparecer caminando en el mar y Aidara siguió pensando en él toda la vida.

Leonardo y Magda se buscaban para perder las tardes diciendo palabras que sólo ellos podían entender. Tuvo la certeza Leonardo Mantis de que nunca, hasta estos encuentros, había crecido tanto el placer que le causaba escribir; se lo atribuyó al perfume de lirios que perseguía a Magda y opacaba el aroma del tabaco. Dejó al trompetista Marielio en el capítulo siete para inventar historias con olores. Se detuvo el día en que Magda Triana y Aidara Marín anunciaban su partida a la muchedumbre. La noticia provocó un tumulto; los habitantes, desesperados, dispuestos a suplicar y prometer todo, rodearon las salidas del pueblo. Les juraron aprender relatos navales, traer caracoles, arena, estrellas de mar y al mismo mar con tal de que no se fueran. Magda por lástima y Aidara por la diversión que le causaba verlos tan inquietos, aceptaron esperar bailando a que trajeran las aguas de Gardebia. Susana Romero sin tener que consultar el tarot; decidió cerrar puertas y ventanas para que no la alcanzara junto con las promesas el maldestino que la buscaba por toda la tierra.

Leonardo dejó de fumar y dormir oyéndolos en la oscuridad de la noche, los oyó empujar vagones, golpear rieles hasta enderezarlos, armar y desarmar locomotoras creyéndose los pioneros del ferrocarril; envidió esos cuerpos curtidos, lamentó la fragilidad de sus brazos y sintió vergüenza de sus inútiles conocimientos de literatura, Esperanto y medicina.

De un martes a otro resucitaron un tren de veintisiete vagones, lo pintaron de azul y buscaron madera por todas partes; quitaron las puertas de las casas, recolectaron treinta bancos, nueve sillas y una guitarra sin cuerdas. Leonardo Mantis no tuvo que pensarlo, entregó libros y librero a la caldera del tren y el jueves siguiente Magda lo despidió a él y a doscientos hombres más que buscarían por ferrocarril la bahía de Gardebia.

Jamás se parecieron tanto los hombres a las hormigas como en ese tiempo en que iban y venían trayendo pedazos de mar. Les costó dos mil días con todas sus noches, los corales, la arena, el agua, destruir los hormigueros y reinventar el paisaje poniendo en su lugar el puerto de Magda.

Satisfechos, asombrados ante el primer crepúsculo de su invención, colgaron hamacas decididos a descansar una semana entera. Leonardo, contemplando la soledad de su cabaña sin libros, entendió que no sería él quien apagara las risas de Aidara Marín, que había podido cambiarse el nombre, más nunca tendría la corpulencia perfecta ni causaría lo mismo que provocó alguna vez la imagen del navegante Pablo Triana.

Los habitantes dormían mientras Magda empezaba a caminar en el agua, bailó sin hundirse y sintió que las olas se volvían extensiones de su cuerpo, vio como sus pies se diluían, luego sus piernas y sus brazos... dejé de ser Magda, me abandoné a las aguas de Gardebia para unirme a su perfume, después subí en la brisa y he comenzado a mojar todo el poblado; a llover para siempre.

Ahora las risas de Aidara Marín se han vuelto más fuertes, mira por su ventana a los hombres sobre barcas buscando inútilmente el cuerpo muerto de Magda Triana y permite que juegue con los dedos de su mano la cascada de peces de color naranja que sale de la casa de Susana Romero. Leonardo Mantis fuma intentando contar desde el capítulo siete la vida de Marielio el trompetista, pero ahora sólo le es dado llorar como lo hacen los hombres de este mundo.
© RogelioJarquin 2002.


* * *

martes, 11 de noviembre de 2008

El Laberinto


Cuando por fin avanzó en retirada, aparentó tener todo bajo control, rogó para que la dureza no le abandonase el rostro pero con cada paso que daba más fuerzas necesitaba para fingir serenidad. Todo inútil. Buscó un último refugio en el filo de su espada mientras las escaleras le iban subiendo. Ya en la calle no pudo soportar más y echo a llorar. Había vuelto a perder al minotauro en los andenes de Atocha.


©2008. Rogelio Jarquín.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Amantes en Monterroso


...Y cuando despertó, ella también era él.


©2008. Rogelio Jarquín.

lunes, 3 de noviembre de 2008

la espera


Ahora lo sé.
La mujer de mi vida llegó tarde, yo ya había muerto.
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©2008 Rogelio Jarquín.

miércoles, 29 de octubre de 2008

8 (Balas perdidas)


Todos los días poso un nombre para ti. Me basta ese mirarte para descubrir tus rasgos cada mañana. Todos los días me prendo a tu serenidad de viajera y me atrevo a que seas para mí algo más que un anónimo lunar cerca de la boca, el bolso blanco en el tren de las ocho.

Y salgo de la estación con tu gargantilla de nombres en los bolsillos mientras el mío me sujeta de uno a otro costado.

Después, ya atardeciendo, es mi nombre el que estaciono para usar el de otro, lo aparco en cualquier callejón y me voy andando sin él con la esperanza de que alguien lo hurte, pero siempre sigue ahí a mi regreso. A veces simplemente lo dejo fuera de los bares y él se queda húmedo y ansioso como un perro cualquiera a espera de su amo. Hoy por no última vez decido renombrarme hasta que amanece y mis manos buscan tu nuevo nombre en el fondo de los bolsillos.

©2008 Rogelio Jarquín. Veinticinco balas perdidas y un revolver de fogueo.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Andrés Jarquín


Las hormigas avanzan en procesión marcial. Atraviesan el campo de orquídeas amarillas del mantel, suben y bajan entre las hendiduras de una cesta de mimbre, cruzan por el lomo de un elefante de porcelana, rodean el florero de cristal y se concentran en la movediza superficie del tarro de azúcar como un escuadrón de viejos mineros en las entrañas de la tierra. Una a una va eligiendo su grano y vuelven sobre sus pasos con el dulce cargamento. Andrés sigue muy de cerca la trayectoria de la marcha, desde la grieta de la pared hasta el centro de la mesa y de regreso. Tiene seis años, un reloj pintado en la muñeca izquierda, un puñado de piedras en los bolsillos y una cadena que se sujeta a su tobillo derecho y que le une o le hace formar parte de una de las extremidades de la mesa. Está solo. No sabe si le han encadenado por miedo a que se marche o a que lo roben, pero le da igual mientras haya hormigas que ver. Se cuelga de la mesa y levanta las piernas para jugar al trapecista. Se balancea poco a poco, cada vez más fuerte, hasta que un pequeño quejido de la madera le advierte de su fragilidad. Se acuesta en el suelo y entonces mira las vigas, o lo que queda de ellas y las cuerdas de luz que entran por las láminas del techo. Ha escuchado cientos de veces que son las polillas las que van acabando con la casa, con las paredes de madera y el techo de cartón, ha oído que son esos insectos los que destruyen la ropa y las mantas de la cama, y que por eso todos duermen con esferas de naftalina entre los pies. Se levanta del suelo, pero esta vez no jugará al trapecista con la mesa, se queda quieto, bien quieto como lo hacen los cazadores de insectos.

©2008 Rogelio Jarquín.

viernes, 3 de octubre de 2008

23 (Balas perdidas)


Dormir, no más que eso.
Quiero dormir a la orilla de tu piel,
Escuchar el oleaje de tu respiro,
Mientras tu duermes, mientras te sueñas,
Te adivino dulce y perfumada
En la orilla de otras sabanas
Y yo despierto sólo tiemblo,Tiemblo y quiero.
Juego de la imaginación es el deseo;
El de mi boca enredada en tus besos.


©2007 Rogelio Jarquín. Veinticinco balas perdidas y un revolver de fogueo.

martes, 16 de septiembre de 2008

Sobre la memoria

(Nota en una libreta)
Fue una tarde de patatas y regaliz y terminamos hablando de la memoria. ¿Cómo decirle a Clara lo que es la memoria? Le conté que es una cadena de bichos circulando por todo el cuerpo, atados fuertemente, recorriendo a paso seguro cada uno de nuestros sentidos.
Pero no son bichos fantásticos, no son hadas, ni siquiera son insectos; son peces y elefantes intercalados (trompa cola, cola trompa). Peces para olvidar el dolor de tripa y elefantes para recordar los helados de limón. Cuando nos cuesta trabajo recordar una calle o un rostro, es porque un pez se ha colado en donde debería estar un elefante. Sí, digamos que eso es la memoria...

lunes, 14 de enero de 2008

Hipertrofia

Le urge y bastante salir de esa inutilidad física, de ese envase, de ese cuerpo incombinable con su ser, con su humor de anciano hastiado de la vida. Y es que está en una edad en que se es cualquier cosa o más bien nada, joven para algunas cosas y viejo para otras. A sus veintitantos años siente ya que su cabeza se ha vuelto tan pesada que suele adelantarse del paso del resto del cuerpo. Y es natural que eso le preocupe porque todavía conserva su cara de niño, ni siquiera de púber, de niño metido entre los hombros fumando una pipa más grande que él, con una inmensa cascada de cabellos alrededor de esta voluminosa cabeza. ¿Será quizá que lo único que le crece es la cabeza? Sí, tal vez su crecimiento es desproporcionado. Entonces llegará un día en que su cabeza ya no quepa por lo ancho de las puertas y tendrá que mantenerla fuera de las ventanillas al viajar en autobús.

Vaya problema para ponerse el suéter, tendrá que usar de los de tejido elástico. Y de seguir usando sombrero ni pensarlo, tendría que mandarlo hacer a su medida y cambiarlo con cada centímetro de más y eso le costaría literalmente un ojo de la cara. Tampoco podrá usar gafas oscuras y con lo que le molesta el sol. Realmente le preocupa. Y si los dolores son del volumen de quien los sufre le esperan grandes tormentos con los dolores de cabeza. Afortunadamente no padece de migraña, pero sólo de pensar lo que le espera, es extraño, pero ha comenzado a sentir un dolor en las rodillas y las ve el doble de su tamaño habitual.



©2007. Rogelio Jarquín.