Todos los días poso un nombre para ti. Me basta ese mirarte para descubrir tus rasgos cada mañana. Todos los días me prendo a tu serenidad de viajera y me atrevo a que seas para mí algo más que un anónimo lunar cerca de la boca, el bolso blanco en el tren de las ocho.
Y salgo de la estación con tu gargantilla de nombres en los bolsillos mientras el mío me sujeta de uno a otro costado.
Después, ya atardeciendo, es mi nombre el que estaciono para usar el de otro, lo aparco en cualquier callejón y me voy andando sin él con la esperanza de que alguien lo hurte, pero siempre sigue ahí a mi regreso. A veces simplemente lo dejo fuera de los bares y él se queda húmedo y ansioso como un perro cualquiera a espera de su amo. Hoy por no última vez decido renombrarme hasta que amanece y mis manos buscan tu nuevo nombre en el fondo de los bolsillos.
©2008 Rogelio Jarquín. Veinticinco balas perdidas y un revolver de fogueo.