miércoles, 29 de octubre de 2008

8 (Balas perdidas)


Todos los días poso un nombre para ti. Me basta ese mirarte para descubrir tus rasgos cada mañana. Todos los días me prendo a tu serenidad de viajera y me atrevo a que seas para mí algo más que un anónimo lunar cerca de la boca, el bolso blanco en el tren de las ocho.

Y salgo de la estación con tu gargantilla de nombres en los bolsillos mientras el mío me sujeta de uno a otro costado.

Después, ya atardeciendo, es mi nombre el que estaciono para usar el de otro, lo aparco en cualquier callejón y me voy andando sin él con la esperanza de que alguien lo hurte, pero siempre sigue ahí a mi regreso. A veces simplemente lo dejo fuera de los bares y él se queda húmedo y ansioso como un perro cualquiera a espera de su amo. Hoy por no última vez decido renombrarme hasta que amanece y mis manos buscan tu nuevo nombre en el fondo de los bolsillos.

©2008 Rogelio Jarquín. Veinticinco balas perdidas y un revolver de fogueo.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Andrés Jarquín


Las hormigas avanzan en procesión marcial. Atraviesan el campo de orquídeas amarillas del mantel, suben y bajan entre las hendiduras de una cesta de mimbre, cruzan por el lomo de un elefante de porcelana, rodean el florero de cristal y se concentran en la movediza superficie del tarro de azúcar como un escuadrón de viejos mineros en las entrañas de la tierra. Una a una va eligiendo su grano y vuelven sobre sus pasos con el dulce cargamento. Andrés sigue muy de cerca la trayectoria de la marcha, desde la grieta de la pared hasta el centro de la mesa y de regreso. Tiene seis años, un reloj pintado en la muñeca izquierda, un puñado de piedras en los bolsillos y una cadena que se sujeta a su tobillo derecho y que le une o le hace formar parte de una de las extremidades de la mesa. Está solo. No sabe si le han encadenado por miedo a que se marche o a que lo roben, pero le da igual mientras haya hormigas que ver. Se cuelga de la mesa y levanta las piernas para jugar al trapecista. Se balancea poco a poco, cada vez más fuerte, hasta que un pequeño quejido de la madera le advierte de su fragilidad. Se acuesta en el suelo y entonces mira las vigas, o lo que queda de ellas y las cuerdas de luz que entran por las láminas del techo. Ha escuchado cientos de veces que son las polillas las que van acabando con la casa, con las paredes de madera y el techo de cartón, ha oído que son esos insectos los que destruyen la ropa y las mantas de la cama, y que por eso todos duermen con esferas de naftalina entre los pies. Se levanta del suelo, pero esta vez no jugará al trapecista con la mesa, se queda quieto, bien quieto como lo hacen los cazadores de insectos.

©2008 Rogelio Jarquín.

viernes, 3 de octubre de 2008

23 (Balas perdidas)


Dormir, no más que eso.
Quiero dormir a la orilla de tu piel,
Escuchar el oleaje de tu respiro,
Mientras tu duermes, mientras te sueñas,
Te adivino dulce y perfumada
En la orilla de otras sabanas
Y yo despierto sólo tiemblo,Tiemblo y quiero.
Juego de la imaginación es el deseo;
El de mi boca enredada en tus besos.


©2007 Rogelio Jarquín. Veinticinco balas perdidas y un revolver de fogueo.