martes, 16 de marzo de 2010

ATOCHA- PINAR LAS ROZAS (Jarquín y sus transportes)


Por favor habladme mientras que se nos vuelve gris la mirada y empezamos a tener frío en las manos, frío para escribir, frío para saludar, frío para callar.

Habladme. Porque escuchar si que escucho. Escucho el respirar de la chica que se sienta frente a mí en el vagón del tren. Esa chica lleva un pantalón pirata con sombras grises y blancas sobre un fondo azul; parece que lleva las piernas tapizadas por un atardecer (me gustaría esperar a que saliese la luna) También lleva en el cuello un crucifijo de madera que se balancea como péndulo entre sus senos. Juega con el teléfono móvil o sólo se resiste a verme, a devolverme esta mirada de naufrago.

Quizás alguna vez fue rubia, ahora es imposible saberlo con esa multitud de colores entre el tinte rojo de su pelo. Sus senos son pequeños pero se han alertado ante ese viento fresco que ahora entra por las puertas del vagón, y que le ha obligado al cubrirse el pecho con el periódico que alguien abandonó en uno de los asientos. Escucho la sección de cultura estremecerse ante la transparencia verde de su blusa.

Y escucho a una mujer con su hijo que no es mi hijo y no lo será, decir una de esas oraciones para bien dormir.

“Ángel de la guarda;
dulce compañía,
no me desampares
ni de noche ni de día.”

Entonces tengo ganas de tener un hijo o mejor, volver a ser niño y enseñarle enseñarme esa otra oración.

“Ángel de la guarda;
fiero camarada,
no me desampares
ya en el frío crepúsculo,
ya en el calor del alba.”

Porque alguna vez creí en los ángeles, porque tal vez todavía creo en esas figuradas que pliegan su alas de piedra y bronce, que se guardan de de sus propios miedos como yo ya no me guardo.

Pero mi deseo como mi oración se quedó en la estación. Era sólo eso, la interpretación de un corazón desesperado.

Me escucho bajar del vagón y caminar junto a las vías más de un cuarto de hora, cruzar por un descampado y evitar mirar el cielo porque esta historia ya no va de ángeles sino de vaqueros y comanches, de recompensas y duelos; ¡Bang Bang! En este pueblo no cabe más de un alma. Me voy, me fui antes de disparar. De nada me valdría tirar del gatillo, mi colt siempre ha tenido los latidos de fogueo. Escucho mi voz y no la reconozco, escucho mi andar y mi rostro se pierde entre tanto forastero. Escuchar escucho, pero sólo es el viento.

© RogelioJarquín 2010.