A estas alturas del cuento a nadie le interesa que su razón penda de un hilo. A la vecina del segundo, al chino de la esquina y especialmente a los que esperan el bus 133, les importa bien poco el desorden de su barba. Pero se cercioran de que la cartera siga bien segura en un bolsillo de la chaqueta, porque ya se sabe.
Es de esperar. En esta época de progreso telepático a la gente no le preocupa que amanezca encaramado en lo más alto de una grúa de construcción o que charle amenamente con las farolas de la plaza de Callao. Es normal que le esquiven al verle pelear contra algún andamio de Gran Vía. En estos tiempos de tecnología inalámbrica a nadie le sorprende verle hablar solo y nadie se detendrá para escucharle.
Pero en cambio con qué sorpresa, con qué pánico, con qué temblor de manos la gente marcará el número de la policía, cuando él se ha detenido encolerizado frente al portal 49 de la calle Alcalá y se ha puesto a lanzarle piedras mientras grita con furia
-¡Largo de la casa de mi padre! ¡Habéis convertido este lugar en una cueva de ladrones!
Desde luego que, a pesar de las prisas, algunos peatones esperarán en la esquina al coche patrulla; con teléfono móvil en mano, confían que no les falle el pulso y puedan grabar en máxima resolución la detención del loco que a pedradas pretendía derrumbar el Instituto Cervantes.
©RogelioJarquín 2011.
Es de esperar. En esta época de progreso telepático a la gente no le preocupa que amanezca encaramado en lo más alto de una grúa de construcción o que charle amenamente con las farolas de la plaza de Callao. Es normal que le esquiven al verle pelear contra algún andamio de Gran Vía. En estos tiempos de tecnología inalámbrica a nadie le sorprende verle hablar solo y nadie se detendrá para escucharle.
Pero en cambio con qué sorpresa, con qué pánico, con qué temblor de manos la gente marcará el número de la policía, cuando él se ha detenido encolerizado frente al portal 49 de la calle Alcalá y se ha puesto a lanzarle piedras mientras grita con furia
-¡Largo de la casa de mi padre! ¡Habéis convertido este lugar en una cueva de ladrones!
Desde luego que, a pesar de las prisas, algunos peatones esperarán en la esquina al coche patrulla; con teléfono móvil en mano, confían que no les falle el pulso y puedan grabar en máxima resolución la detención del loco que a pedradas pretendía derrumbar el Instituto Cervantes.
©RogelioJarquín 2011.