viernes, 6 de septiembre de 2013

UN TAL PÉREZ

Y volverá a sonreír mientras reconoce la infinidad de un segundo, mientras vuelve a sentir por un instante el sabor del arroz con leche (poca canela, una lástima) y las resbaladizas rebanadas del durazno en almíbar. Pérez volverá a ser Pérez mientras siente el aire tibio de la mañana golpeándole el rostro. Mirará el tono opaco de la acera, las colillas tiradas en la calle y eso le bastará como pretexto. Serán sus ojos de seis años los que observarán asombrados las baldosas de cemento. Descubrirá en esa monotonía geométrica el rostro de su personaje preferido: la cara de la pantera rosa formada por cada once baldosas. Su hallazgo le hará feliz y le sorprenderá que nadie se haya dado cuenta. Se sentirá especial porque parece que le devuelve la mirada esa pantera gris que sólo él es capaz de ver y que debería de ser rosa, una pantera tan gris como todas las caricaturas que salen en el televisor, como los coches y el mar que sale en ese enorme televisor en blanco y negro comprado a plazos. Después de media hora de caricaturas le obligarán a irse a la calle abrazado a un balón roñoso. Marcará el gol del triunfo y sus amigos le ovacionarán mientras los rivales reclaman que el balón pisa la raya. El maestro de geografía le ordenará marcar en la pizarra las colonias que se perdieron y a Pérez le parecerá sentir en su propia piel el quejido agudo de la tiza. Escalofríos le recorrerán el cuerpo al sentir la boca de su vecina tan cerca de la suya. Vendrán los nervios, los temblores después de los besos, las accidentales caricias, los amoríos de verbenas y campamentos. Y los quince años le caerán sin darse cuenta, entre las bromas pesadas, el cambio de voz, el calor de julio, las excursiones escolares y los autobuses nocturnos. Inmóvil, hundido en el asiento del pasillo fingirá dormir mientras deja que sus manos sean guiadas por la mano de su profesora. Tocará por primera y única vez el sexo agitado de Elisa y todo él será vértigo. Los veinticinco años de Elisa temblarán desde el calor voraz de sus muslos. Los dedos de Pérez se abrirán paso en esa humedad que parecerá ir cediendo, que parecerá que también quisiese decir algo, que también quisiese gemir como la ahogada voz de Elisa. Y ella le hará prometer guardar el secreto, le hará jurar que nunca dirá nada y Pérez empezará a escribir lo que no puede contar. Vendrán las tardes con papelitos en los bolsillos, los primeros versos mal redactados. Vendrá el Pérez raro, el Pérez poeta, el loco de Pérez. Vendrán los recitales para amigos, los poemarios frutales y melosos, las metáforas manoseadas y lustrosas. Luego se olvidarán los versos en el fondo de un cajón mientras las únicas palabras para su profesora permanecerán, sin firmar, junto a los yo estuve aquí y los carteles publicitarios que tapizan la pared del mercado:




El coño de Elisa tiene los latidos de un melocotón herido.

Su pulpa se expande suave y frágil, se contrae dulce y brillante

como la carne de los duraznos vivos.



Se acabarán los poemas de Pérez, esos versos escritos en sucio, esos versos pasados en folios limpios y doblados cuidadosamente. Vendrán las camisas planchadas, el nuevo trabajo. Y será Pérez el dependiente, Pérez el cartero, Pérez el conductor, el obrero de Pérez. Vendrán los días de descanso, las nominas y las facturas, siempre la penúltima copa. Después de una ella vendrá otra ella y otras más, hasta que por fin aparecerá Silvia con su risa y melena despeinada y hará espacio para ambos en una sola casa. De dos bajo un mismo techo pasarán a tres y de tres pasarán a cuatro. Llegarán los veraneos y los paseos en familia, las comidas y los regalos de navidad. Se irán las corbata de los bautizos y vendrán las de las bodas. De cuatro pasarán a tres, de tres a dos. Se reconocerá a sí mismo en los gestos de sus hijos y en el de los hijos de sus hijos. La mirada y los pies de Pérez empezarán a necesitar el brazo de Silvia para cruzar la calle. Su voz y sus ojos se irán cansando y comprobará que la mano izquierda empieza a desobedecer sus órdenes. Pérez se hará un lío con las fechas y los nombres. Se olvidará de que lleva puestas las gafas, de las pastillas después de comer, de darle cuerda a su reloj antes de dormir, de volver a su habitación. Confundirá el hoy con el ayer, el ayer con el después y a Silvia con su madre. Vendrán nubarrones, tropiezos y temporadas de hospital, los frascos de pastillas, las caídas y las recaídas. Y una mañana Pérez se despertará sin saber que es Pérez. Vendrán las ambulancias, la gelatina de las comidas, los días alargados frente a una pared blanca. Vendrán las charlas de los celadores, los fines de semana entre desconocidos que le visitan y que parece que le aprecian. Una anciana le visitará todos los días, le contará sobre lugares y personas que no conoce y se despedirá con un beso en la mejilla. La enfermera de las ocho le vendrá a despertar con un vaso de leche caliente y abrirá la ventana para que entre un poco de fresco. El ruido de la calle entrará de golpe. Con esfuerzos se levantará de la cama y se asomará a la calle. La mañana será tibia y vacía. Le parecerá que el quiosquero le saluda desde la otra esquina. Todo el mundo andará deprisa. Le vendrán trozos de memoria. Querrá salir, andar, pasear, ver las calles y mirar de cerca a la gente. Se asomará demasiado. Sus manos resbalarán y de pronto todo él se abandonará a la caída. Mirará el asfalto acercarse peligrosamente y le sorprenderá no sentir miedo. En un segundo recordará y sabrá que nada acaba, que todo empieza de nuevo. Ese último instante le bastará para volver a ser Pérez, para saltar al principio. Y volverá a sonreír mientras reconoce la infinidad de un segundo, mientras vuelve a sentir por un instante el sabor del arroz con leche (poca canela, una lástima) y las resbaladizas rebanadas del durazno en almíbar. Pérez volverá a ser Pérez mientras siente el aire tibio de la mañana golpeándole el rostro. Mirará el tono opaco de la acera, las colillas tiradas en la calle y eso le bastará como pretexto…



©2013 CERILLAS SUELTAS Rogelio Jarquín.

domingo, 25 de agosto de 2013

GÉNESIS (Versículo extraviado)




Señor.

¡Señor!
¿Señor?
Dime Adán.
¿Cómo me hiciste?
Ya lo sabes.
¿?
A mi imagen y semejanza.
No, no me refiero a eso… Quiero saber  lo que hiciste para formarme.
Fue casi sin darme cuenta. Me encontraba de ocioso en toda mi omniteidad cuando me arrunpre  un puñado de triformias  del obsiterio. Las contemplé largamente (no tenía otra cosa mejor que hacer) y descubrí de pronto que todas ellas estaban formadas de pequeñas pertoras que se unían y se repetían en curveadas escalfilas. Después me arrunpre unos cuantos foletos de mi vafeto y comprobé que también estaban compuestos de pertoras que se extendían en espiral. A los foletos le siguieron los haratos, las platmulas, los felorios del bulfono e incluso llegue a arrunprarme todos flimertos del peronal y la toraserea. Me llevó tiempo entender que toda mi omniteidad estaba formada de escalfilas que a su vez estaban compuestas de pequeñas pertoras.  Lo demás fue coser y cantar literalmente. Empecé a duplicar mis propias pertoras con las que tejer miles de escalafilas en el mismo orden que las mías. Seguí el patrón de mis troformias para hacer las tuyas.  Los foletos  y hasta los felorios más itervoleados me salieron exactos. Poco a poco tejí el bulfono, el vafeto y las crurias, e iba unirpereando todas las piezas; el peronal bajo la toraserea, el nomerio sujeto al vafeto  y las triformias bien atadas al obsiterio. Supe que todo había salido perfecto al escuchar alto y claro tu relografo, con  sus disperos y sus simbarios sonando al mismo ritmo que los míos. Y de esa manera te formé.
¿Mmm?
…Con barro Adán, fue con barro.


©2013 CERILLAS SUELTAS Rogelio Jarquín.


jueves, 16 de mayo de 2013

Lázaro


Pero cómo se me ocurriría obedecer. Ahora no hay quien me 
pare. Jesús dijo levántate y anda y yo me levanté y empecé a andar sin rumbo, despacio, sin prisa, a mi ritmo. Y ya me veis, aquí sigo, andando, lento pero sin pausa, con los zapatos rotos y los pies destrozados, deteniéndome sólo cuando tengo algo de suerte y logro pegarle un mordisco a un delicioso cerebro.

©2013 CERILLAS SUELTAS Rogelio Jarquín.





miércoles, 15 de mayo de 2013

CINCO HORAS EN MARIO


                                                                           A la memoria de Miguel  Delibes
                                                                Y Para Fany Rojas, niña del siglo pasado

… y todavía alcanzaba a verte sonreír como si tuvieras el alivio de la muerte verdadera. Pero no me importaba, con una década de existencia nada me importaba mucho; a los diez años de edad no me planteaba si se podía estar harto de la vida. Yo simplemente vivía por vivir, andaba por los mercados cargando cajas y sacos de fruta para ganarme unas cuantas monedas que me gastaba contigo. Te llevaba de la mano y parecía que éramos uno solo, un mismo ser andando por un paisaje seco y soleado mientras en el barrio se rompían las alcantarillas por culpa de la lluvia. Los viejos te miraban con recelo y se decían entre sí que eras el demonio, que no era natural que estuvieras siempre rodeado de un rebaño de chiquillos.  Pero ahora que yo soy uno de los viejos aprendí a mirar las cosas con recelo y me olvidé de nuestros viajes, nuestros caminos, nuestra cacería de estrellas. Del otro lado de la barda, en el lado del siglo que se ha muerto se quedaron nuestros juegos, nuestros castillos, nuestros doblones de oro, se me quedó la infancia en el bordillo del pasado milenio. Pero recuerdo como un ayer muy cercano que mi madre me castigaba por perder la vuelta de la compra y malgastar el tiempo contigo. Recuerdo que me esperabas en la tienda de la esquina, que  los adultos se peleaban con el cigarrillo y el mechero mientras tú me enseñabas a jugar con fuego.  Contigo un mundo eran mil mundos y la botánica y la zoología eran menos aburridas.  El infierno no parecía tan terrible y el cielo estaba a un palmo del suelo. La maestra nos hablaba de Alejandro Magno y Bonaparte mientras yo contaba como propias tus hazañas menos bélicas. Contigo me iba a la playa, a Egipto o a la fría Patagonia mientras mi padre se preguntaba por qué tardaba tanto en volver de comprar el pan. No entendía del todo tus motivos, pero me gustaban tus continuos cambios, tu andar deprisa. Conmigo crecías y por mi culpa menguabas, retrocedías y avanzabas pensando sólo en el final del camino. Siempre con una sonrisa confiabas en que yo haría lo mejor para los dos. No soportabas el contacto físico pero te rompías la cabeza contra un muro si yo te lo pedía. Por encontrar a tu chica rubia hasta tres veces te medio morías y a mí eso no me importaba porque yo sólo tenía diez años y sólo era una partida, porque ya buscaba en mis bolsillos otra moneda mientras aparecía el gamer over en la pantalla y todavía alcanzaba a verte sonreír como si tuvieras el alivio de la muerte verdadera…

                              https://www.youtube.com/watch?v=v7Jtpl86Bt4

©2013 CERILLAS SUELTAS Rogelio Jarquín.

viernes, 26 de abril de 2013

JUÁREZ

Cambio mujeres por un lo siento,
por la fría excusa de la estadística,
por el protagonismo de un titular.

Ofrezco una cadena de flores,
cruces rosas para el horizonte,
un minuto de silencio
sobre otro minuto más,
silencio por encima del silencio:



















silencios en desuso a cambio de mujeres,
silencio estéril, silencio de luto, silencio de miedo
silencio inútil para este paisaje de muros y fronteras,
silencio sin vida para los vivos,
silencio sin paz para los muertos.

                                                            © RogelioJarquín, 2013.

martes, 23 de abril de 2013

ANTONIO N


Llevaba unos segundos de retraso en el andar.

Con el balón entre las manos se dejaba la piel de los zapatos

contra el golpeado asfalto.

Los médicos decían que era la polio

pero nosotros diagnosticamos que sólo era la gravedad,

que la tierra juguetona le ataba una pierna,

que su mundo rotaba más lento del lado izquierdo,

que el cuerpo se le volvía plomo

con cada diástole del corazón.



©2013 Rogelio Jarquín.



PORNO-GRAFÍA


Mis palabras nacen sucias y agitadas.

La tinta que las forma se corre sobre el papel

y tu silencio se queda fumando

sonriente y aliviado.



©2013Rogelio Jarquín.

miércoles, 17 de abril de 2013

SOPA DE LETRAS

Uno de tantos profesores que más han marcado mi enseñanza (y mi vida) fue Don Fernando M. Díaz. En sus clases de estética ampliaba y duplicaba palabras y conceptos, subrayando la diferencia entre cultura y kultura. Aprendí que leer un libro era más que leer un libro, que tener un vasto vocabulario no siempre significa una mente amplia o una visión abierta. Durante dos años nos exigió teorizar sobre el arte con nuestro limitado léxico. Desde fuera parecía que lo único que pretendía era saussurearnos en la palabra, hjelmsleviarnos en la obra, chomskyarnos en la omisión; pero su enseñanza iba más allá porque una palabra siempre va más allá, una palabra siempre se extiende hasta volver a tocar su origen, una palabra siempre nace, se transforma y muere como una idea.

Y ahora un amigo catedrático me dice que las ideas son menos importantes que el adorno de un discurso. Afirma que escribir ficción lo hace cualquiera mientras que escribir sobre los procesos creativos no; que para hablar de literatura es necesario hacerlo desde el estrado más alto del lenguaje. Me aconseja que si quiero entrar en el análisis literario siga el ejemplo de algunos eruditos de barbas blancas; que copie su estilo, que empiece por cambiar mi discurso, que use expresiones pomposas y pulcras que todo ensayo requiere; que deje de hablar de literatura como quien habla de cervezas, de comics o de teleseries. Me dice que para practicar la creación literaria basta con usar un lenguaje simple, el de andar por casa, mientras que para hablar de ella es prioritario que use un lenguaje más culto, que debo adornar mi voz con rimbombantes términos literarios.

Yo, que soy bastante disciplinado, decido seguir su consejo:

Acataléctico, braquilogía, anacreóntico, spoudaiogéloion, aporía y antinomia, oxímoron, burdon, ágrafo, calambur, écfrasis, éctasis, aféresis, epanadiplosis, lítotes, nivola, sicalipsis, eutrapelia, aporía, trocisco, exergo, anancástico, heterónimo y ortónimo, gedeonada, paígnion, paranesis y ripios.

Cumplido el requisito ya puedo continuar, ya puedo escribir sobre el proceso narrativo usando mi propio lenguaje, el de andar por casa.

En la entreplanta de un garaje público de la Plaza España se encuentra uno de los más pequeños y populares restaurantes chinos de todo Madrid. Su mejor propaganda es el boca a boca y su mejor eslogan publicitario, es tan bueno que hasta los chinos comen ahí.

Cuando escribimos un relato deberíamos juzgarnos con la misma objetividad con la que valoramos un restaurante: ese mexicano es tan bueno que hasta los mexicanos comen ahí, ese italiano… ese argentino, ese español… Deberíamos detenernos y hacernos la misma pregunta: ¿Es tan bueno lo que escribimos que incluso nosotros lo leeríamos? Pocas veces nos planteamos tan simple y dura pregunta, y menos aún la respondemos con la honestidad del lector. Caemos en la ceguera de dios, adoramos nuestra creación. Como malos comensales pensamos sólo en saciar el hambre, como malos cocineros preparamos platos rápidos simplemente para llenar el estómago, aunque lo hagamos con sopas de sobre o con un arroz quemado y soso.

El mundo sigue siendo un lugar muy grande y posiblemente en alguna parte de su redondeada anatomía exista una cocina con un chef que aborrezca comer, no me lo imagino, pero tal vez exista. Mi capacidad imaginativa también es limitada cuando se trata de visualizar a un escritor que odie leer, simplemente no lo veo.

En la literatura, como en la gastronomía, cocinamos para nosotros pero también para los demás; buscamos abrir el apetito de nuestros comensales, la aprobación de los más refinados paladares, la seducción: Tiene buena pinta… mejor sabrá; tiene buena pinta... mejor se leerá.

Sé bien que señalar las similitudes entre el acto de cocinar y el de escribir no es descubrir nada nuevo, no es encontrar el Aleph de Borges ni reinventar la receta de la cena lezamiana, pero me parece que dicha analogía expone claramente lo que creo que debería ser el proceso creativo en un escritor. Y digo escritor en general y no cuentista, novelista o poeta porque a estas alturas del cuento no deberíamos limitarnos en esas clasificaciones tan acartonadas; se es escritor a secas de la misma forma que se es chef a secas, aunque eso no significa que anulemos la especialidad de la casa, la receta preferida y secreta heredada de nuestra bisabuela. Yo soy escritor y me niego a que se me encasille como cocinero de cuentos, me niego a que no se me permita elaborar primeros y segundos platos, a no experimentar con nuevos sabores, a caer en la rutina de la sopa de fideos.

En España se produce un fenómeno sorprendente, todos los españoles afirman tener como madre a la mejor cocinera de croquetas del mundo y lo fantástico es que es verdad. Imaginad por un instante que el cuento corto es una croqueta que se toma como aperitivo en esos días soleados a la hora del vermú, que los ingredientes que utilizan en el bar son los mismos que usa tu madre pero en el primer mordisco descubres que la diferencia se encuentra en las manos que la preparan; esa croqueta te sabe distinta, insípida y grasosa. Para la mayoría de españoles esa croqueta de bar es la excusa perfecta para presumir de la legendaria y virtuosa croqueta materna. Me pasa lo mismo cuando pruebo un cuento insípido y recalentado, que me lo como un poco a la fuerza, por no tirar la comida y sólo me sirve de pretexto para enumerar las maravillas de quienes considero mis tres padres literarios, para afirmar que los mejores cuentos-croquetas son los que cocinaban Italo Calvino, Juan Rulfo y Julio Cortázar. Mi muy personal santísima trinidad no me impide degustar las creaciones de otros grandes escritores; siempre es un placer salir a cenar a un lugar nuevo.

Sobra decir que en la literatura también hay innumerables paladares, sobra decir que cada uno elige su plato preferido y que probar nuevos y exóticos platos tiene sus ventajas y sus riesgos. Yo mismo no digiero a Lucía Etxeberria y me repite Amado Nervo. Ahora que se ha puesto de moda la comida sana y que los nutricionistas nos repiten que somos lo que comemos, ahora que hay una cruzada contra la obesidad y el sedentarismo, deberíamos decir que también somos lo que leemos. Hay tanta literatura expuesta en escaparates de una librería como platillos en la vitrina de un bar, hay tanto libro precongelado, literatura light, literatura rápida, literatura refrita, literatura basura, literatura gourmet, literatura de diseño, tradicional, casera, erótica, afrodisíaca, familiar… que resulta muy triste que todavía exista gente que muera de hambre.

Leer debería ser prioritario independientemente del género y de los adjetivos que califican a la literatura, leer debería de estar en la base de la pirámide de Maslow, en las necesidades fisiológicas, entre el respirar y el comer, junto al derecho a la vida. Desgraciadamente esta idea no la comparten quienes dirigen el mundo, desgraciadamente existen ministros de cultura que no saben quién es Saramago o presidentes de toda una nación incapaces de mencionar correctamente tres libros y sus autores. Nada bueno se puede esperar de los gobiernos que miran a otro lado cuando se trata de hablar de cultura; muchas menos esperanzas hay que tener cuando el tema es la pobreza, porque fingen no escuchar, fingen estar leyendo.

A los únicos que realmente les importa el hambre es a los hambrientos y a los cocineros. Pero por mucha hambre que exista nadie quiere comer una carne en mal estado, nadie quiere comer un puchero de larvas, nadie quiere leer una historia cruda por dentro y quemada por fuera. Al juzgar nuestro propio trabajo hay que hacerlo desde la exigencia del comensal, al escribir hay que hacerlo desde la dedicación del cocinero, experimentar con especias, con el fuego, elegir el vino, cortar finísimas rodajas de cebolla.

Siempre que escribo procuro no olvidar esto; hay veces que lo consigo y otras veces (las que más) que me veo obligado a tirar a la basura docenas de cuentos-croquetas. Escribo y cocino deseando que mis comensales quieran repetir un segundo plato. Quien me conoce sabe que soy un escritor y un cocinero caótico, pero que me esmero, que limpio todo lo que ensucio y que soy incapaz de repetir dos veces la misma receta. Aunque muchas veces confunda el sazonador de carne con  la canela en polvo, la sal con la pimienta.

© 2013Rogelio Jarquín



sábado, 30 de marzo de 2013

Transporte Público


¡Atención señores viajeros!
Metro de Madrid Informa:
La soledad es un fantasma voraz y leproso que canturrea de noche como la cigarra.


© 2013

 Rogelio Jarquín